Hay recuerdos que son un lugar en el mundo.
Al que volver.
Del que no irse.
Hay gente que llama ‘despedida’ a cualquier desamor, a cualquier desengaño, a cualquier revés. Pero nada más lejos de la realidad.
Porque una despedida es un trecho de abrazos no dados, de besos fusilados, de huesos no estrechados, de manos reprimidas, de noches que nunca se hacen de día. Es un muro de contención. Un despegue forzoso. O una dictadura autoimpuesta.
Todo lo demás, es un adiós.