AQUÍ DENTRO

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Hay gente que llama ‘despedida’ a cualquier desamor, a cualquier desengaño, a cualquier revés.  Pero nada más lejos de la realidad.

Porque una despedida es un trecho de abrazos no dados, de besos fusilados, de huesos no estrechados, de manos reprimidas, de noches que nunca se hacen de día.  Es un muro de contención. Un despegue forzoso. O una dictadura autoimpuesta. 

Todo lo demás, es un adiós.

MAMÁ, YO NO HE ELEGIDO SER PERIODISTA

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En la vida hay dos tipos de personas, las que saben a qué quieren dedicarse y las que saben quiénes son. Yo soy de las segundas.

Recuerdo cuando nos preguntaban «¿Qué queréis ser de mayor?» porque era de las pocas que no fantaseaba con la posibilidad ser médica, abogada o astronauta. Desde pequeña ya sabía que en mi mente no estaba la cura para el cáncer ni en mis manos la posibilidad de llegar a la Luna. Pero mi cuerpo sí albergaba la esperanza de cumplir un sueño: Que mi trabajo me apasionara tanto como esas pocas personas que ,de repente, sin buscarlo ni esperarlo, aparecían en mi vida. Y encajaban. 

Sentía, con ellas, una especie de vínculo casi mágico que me revolvía, me atrapaba, me asfixiaba, me oxigenaba y me emocionaba por el mero hecho de saber que existía. Pero me iba haciendo mayor y el sentido común amenazaba con llegar para quedarse.

Empecé a comprender,entonces, que esas relaciones eran igual de maravillosas que de aterradoras porque se hacían contigo como el huracán se hace con el viento, arrebatándole, con sigilo, el derecho a oponer resistencia. Y eso, mamá, eso es el periodismo.

Lo que, para cuando quieres darte cuenta, ha conquistado ya hasta el último recoveco de tu alma. Un veneno que te deja sin margen de maniobra. Una obsesión. Una enfermedad crónica. Un billete de tren a ninguna parte. Un delirio. Un salto al vacío. Un tira y afloja. Un continuo altibajo. Es querer contar al mundo cómo es el mundo. Una bocanada de aire fresco. Un escalofrío. Es hambre. Es sed. El amor de tu vida. Una vocación.

Pero nunca, jamás, una elección.

Voy aprendiendo que no decido con quién encajo, ni lo que emociona. No decido qué me motiva, ni lo que me apasiona. De la misma manera que tampoco decidí ser periodista.  Mi misión siempre ha sido ir descubriéndome y aceptándome por ser lo que soy, sin temor a no encajar con lo que el resto esperaba que fuera. Porque, al final, la vida es eso. Escucharnos más. Escucharlos menos. Pertenecernos más. Pertenecerles menos. Debernos más. Deberles menos. 

Cuánto cambiaría la historia si en vez de preguntarnos «¿Qué queréis ser de mayor?» nos preguntaran «¿Quiénes os sentís hoy?».

Cuánto. 

Ah, y no te entristezcas cuando oigas a la gente insultar nuestro trabajo reduciéndolo a la prensa del corazón, que yo te contaré lo que hace Samuel Aranda con los enfermos de ébola en Sierra Leona; lo que ha vivido Manu Brabo en Libia; cómo fue el abrazo de Javier Espinosa a su hijo después de casi 190 días de cautiverio en Siria; la expresión de Ricardo García Vilanova cuando lo secuestraron, o la que mostró cuando le devolvieron su libertad. Te hablaré del trabajo de Sandra Balsells en los Balcanes y de lo que sintió, unos años más tarde,  al reencontrarse con algunas de las personas a las que había fotografiado durante la guerra. 

Quiero que no tengas miedo de lo que pueda pasar. Que no te avergüence reconocer que preferías que me dedicara a otra cosa. Piensa que ahora te emocionas igual, o más que yo, cuando te cuento lo que hago. Por insignificante que sea.

Esa es la pasión, que se contagia. 

Y es que, mamá, mientras haya una persona en el mundo que crea y se entregue en cuerpo y alma a algo tan bonito como el periodismo,

¿Quién soy yo para preferir ser astronauta?

TU HISTORIA SE PARECE A LA MÍA

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No sé si entenderás esto que voy a decirte o si necesitarás esa madurez con la que te riega el paso de los años, pero vas a tener que ir preparándote para decir alguna vez «Hoy soy yo la que elige olvidarte».

Eso sí, cuídate mucho, no caigas en la trampa de pensar que te resultará tarea fácil, ¡No bajes la guardia! Porque cuando por fin te convenzas de que has sido una mujer valiente y capaz de actuar con una determinación admirable, caerás en la cuenta de que una nunca elige olvidar, porque el Olvido ya tiene Derechos de Autor -un autor de ojos bonitos, manos que llegan a partes de tu cuerpo que ni tú misma sabías que existían y con una capacidad casi sobrenatural de hacerte feliz mientras acaba contigo-. Así que tendrás que estar lista para asumir que tu papel en todo eso no será otro que el de pagar las costas del juicio que te ha ganado el desamor.

Pero no olvides jamás que es el efecto devastador de una inocente mirada el que ha inspirado a los más grandes genios de la literatura universal, el que ha emocionado a soldados en primera línea de batalla, el que ha dinamitado las leyes del Espacio-Tiempo y el que ha reforzado los pilares de la persona en la que hoy te has convertido.

Así que adelante, puedes odiar a Tu Persona. Puedes darle la espalda cada día, pero qué menos que las gracias cada noche. Y piensa en él de vez en cuando, y abrázalo fuerte. No importa lo lejos que esté, porque en el Olvido no hay frontera estable ni distancia insalvable. En el Olvido, amiga, en el Olvido sólo hay recuerdo.

Y en el recuerdo os encontraréis siempre  los dos.

FRONTERAS

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El AMOR, disculpen la franqueza, es ROMA pero al revés.

 Quizá el olor que una madre deja en su almohada, el de las lentejas de la abuela, o la velocidad a la que te late el corazón cuando oyes las llaves de tu padre preparándose para abrir la puerta. Puede que sea, por qué no, el mechón de pelo suelto, estratégicamente colocado, que un viejo amor te quita de la boca, o la mirada cómplice entre dos desconocidos en el tren que buscan algo de emoción, después de doce horas de rutina interminable.

Quién sabe. Lo mismo el amor es una mujer con la camisa de un hombre, tumbada y recordando con Damien Rice de fondo, un café a las siete de la mañana, que te sigan queriendo a pesar de no quitarte los calcetines al hacer el amor en pleno invierno o que te inviten a pasar.

 Podría ser también una ducha caliente después de abandonar una batalla incluso antes de librarla, la noche antes de llevar a alguien al aeropuerto o no querer mirar atrás por no encontrarte a la persona de la que huyes.

Puede que el amor  no sea hacerlo, sino escribir sobre él. O pensar que, simplemente, el AMOR es ROMA del revés.            

Pero contigo. 

11 DE MARZO

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Ay muchacho, qué decirte sobre aquel día, si ni nuestros dedos supieron bien hacia quién y dónde apuntar.                                 

 Aquel fue el día en el que la gente oyó cientos de móviles sonar y dejar de hacerlo. Hubo quien no se sintió merecedor de poder contestar la llamada de su madre, mientras, a algunos metros, otra madre perdía sus esperanzas en cada tono.                                                       Aquel día, hubo quien murió y quien sobremurió; porque, créeme, desde aquéllo, España entendió que sobrevivir era mucho más que salir con vida. Aquel día, los trenes dejaron de ser de cercanías, y pasaron a llamarse de lejanías.                                                         Aquel día, hubo quien se fue lejos para respirar el olor a mar y abandonarse. Hubo quien recuperó la sonrisa, a pesar del polvo y los recuerdos. Y hubo quien, como yo, entendió que tenía que vivir un poco más para contarte esto.

 Confía en lo que te he confesado y retén estas palabras en tu memoria como si de un tesoro se tratara. No escuches ni creas todo lo que te digan. Los viejos tenemos la suerte de estar medio sordos, pero a los jovencitos os quedan tantas mentiras por oír. Ahora, eres mayor y todo un hombrecito. Que no te engañen esos libros de historia, hijo.                                                                                                 

Tú hazme caso a mí, que soy tu abuela.

HISTORIAS DE LA RADIO: EL PEOR CIEGO

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Deseaba que llegara la noche para oír cualquier cosa que tuviera que decirle. Se desvestía con Ella de fondo, casi por inercia. Desde luego, se sentía en sintonía con aquella mujer a la que se entregaba sin prejuicio alguno, a la que creía sin condiciones y en la que volcaba todos sus sentidos, menos el crítico.

Casi dos años después, lo decidió. <<Tengo que dar el paso>>, pensó. Y lo dio.                                                                             Recorrió la Gran Vía lentamente, como si le fueran a doler las pisadas. Giró a la izquierda a la altura de Callao y se dirigió hacia Tirso de Molina.

 -¿La señorita?                                                                                                                                                                                                                    –Suba a la tercera planta, camine hasta el ventanal del fondo y gire a la derecha. La segunda puerta es la suya.

 Con el puño apretado, como si dentro guardara todas sus esperanzas, y a punto de tocarla, la oyó. Era Ella (Inspira). Ella (Espira). Cómo no (Inspira). Quién si no (Espira).

 Se detuvo al instante y abrió el puño, chorreando de esperanzas y ansiedad. La había imaginado tantas noches y querido tantos amaneceres..                                                                                                                                                                                       Con el cuerpo paralizado y la respiración entrecortada, fue dando pasos atrás.                                                                               Ella, que oyó ruido fuera, se asomó, aunque no vio a nadie. En el suelo, había un trozo de papel mal cortado. Lo abrió y leyó para sí:

 <<Te oí. Te oí, y te quiero desde entonces. Pero la magia está no querer saber el truco. >>

 No entendió nada de lo pasaba allí, si es que estaba pasando algo. Se percató, eso sí, de una firma en la esquina de la nota que decía, <<El peor ciego de todos, el que no quiere ver>>, y con cierto halo de indiferencia, la enrolló y probó puntería a tres metros de la papelera.