En la vida hay dos tipos de personas, las que saben a qué quieren dedicarse y las que saben quiénes son. Yo soy de las segundas.
Recuerdo cuando nos preguntaban «¿Qué queréis ser de mayor?» porque era de las pocas que no fantaseaba con la posibilidad ser médica, abogada o astronauta. Desde pequeña ya sabía que en mi mente no estaba la cura para el cáncer ni en mis manos la posibilidad de llegar a la Luna. Pero mi cuerpo sí albergaba la esperanza de cumplir un sueño: Que mi trabajo me apasionara tanto como esas pocas personas que ,de repente, sin buscarlo ni esperarlo, aparecían en mi vida. Y encajaban.
Sentía, con ellas, una especie de vínculo casi mágico que me revolvía, me atrapaba, me asfixiaba, me oxigenaba y me emocionaba por el mero hecho de saber que existía. Pero me iba haciendo mayor y el sentido común amenazaba con llegar para quedarse.
Empecé a comprender,entonces, que esas relaciones eran igual de maravillosas que de aterradoras porque se hacían contigo como el huracán se hace con el viento, arrebatándole, con sigilo, el derecho a oponer resistencia. Y eso, mamá, eso es el periodismo.
Lo que, para cuando quieres darte cuenta, ha conquistado ya hasta el último recoveco de tu alma. Un veneno que te deja sin margen de maniobra. Una obsesión. Una enfermedad crónica. Un billete de tren a ninguna parte. Un delirio. Un salto al vacío. Un tira y afloja. Un continuo altibajo. Es querer contar al mundo cómo es el mundo. Una bocanada de aire fresco. Un escalofrío. Es hambre. Es sed. El amor de tu vida. Una vocación.
Pero nunca, jamás, una elección.
Voy aprendiendo que no decido con quién encajo, ni lo que emociona. No decido qué me motiva, ni lo que me apasiona. De la misma manera que tampoco decidí ser periodista. Mi misión siempre ha sido ir descubriéndome y aceptándome por ser lo que soy, sin temor a no encajar con lo que el resto esperaba que fuera. Porque, al final, la vida es eso. Escucharnos más. Escucharlos menos. Pertenecernos más. Pertenecerles menos. Debernos más. Deberles menos.
Cuánto cambiaría la historia si en vez de preguntarnos «¿Qué queréis ser de mayor?» nos preguntaran «¿Quiénes os sentís hoy?».
Cuánto.
Ah, y no te entristezcas cuando oigas a la gente insultar nuestro trabajo reduciéndolo a la prensa del corazón, que yo te contaré lo que hace Samuel Aranda con los enfermos de ébola en Sierra Leona; lo que ha vivido Manu Brabo en Libia; cómo fue el abrazo de Javier Espinosa a su hijo después de casi 190 días de cautiverio en Siria; la expresión de Ricardo García Vilanova cuando lo secuestraron, o la que mostró cuando le devolvieron su libertad. Te hablaré del trabajo de Sandra Balsells en los Balcanes y de lo que sintió, unos años más tarde, al reencontrarse con algunas de las personas a las que había fotografiado durante la guerra.
Quiero que no tengas miedo de lo que pueda pasar. Que no te avergüence reconocer que preferías que me dedicara a otra cosa. Piensa que ahora te emocionas igual, o más que yo, cuando te cuento lo que hago. Por insignificante que sea.
Esa es la pasión, que se contagia.
Y es que, mamá, mientras haya una persona en el mundo que crea y se entregue en cuerpo y alma a algo tan bonito como el periodismo,
¿Quién soy yo para preferir ser astronauta?